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-¿Estás bien? -me preguntó Edward al otro lado de la puerta-. ¿Te mareaste otra vez?
-Sí y no -le dije, pero mi voz sonó estrangulada.
-¿Bella? ¿Puedo entrar, por favor? -inquirió, ahora en tono preocupado.
-Pues. . . sí.
Entró y evaluó mi postura, sentada con las piernas cruzadas al lado de la maleta, y mi expresión en blanco y ausente. Se sentó a mi lado y rápidamente me puso la mano en la frente.
-¿Qué sucede?
-¿Cuántos días han pasado desde la boda? -le susurré.
-Diecisiete -mecontestó automáticamente-. Bella, ¿qué pasa?
Volví a contar de nuevo. Levanté un dedo para advertirle que esperara y articulé con los labios los números para mis adentros. Antes me había equivocado con los días, porque llevábamos aquí más tiempo de lo que yo creía. Comencé de nuevo.
-¡Bella! -susurró en tono apremiante-, me estás volviendo loco.
Intenté tragar, pero no funcionó. Así que me volví hacia la maleta y revolví por todos lados hasta que apareció la cajita azul de nuevo y la levanté en silencio.
Se me quedó mirando lleno de confusión.
-¿Qué? ¿Estás intentando hacerme creer que esto que te pasa es un simple síndrome premenstrual?
-No -me las arreglé para contestar sin sofocarme-, no, Edward. Estoy intentando decirte que el periodo se me ha retrasado cinco días.
La expresión de su rostro continuó impertérrita. Era como si no hubiera hablado.
-No creo que me haya intoxicado -añadí.
Él no contestó; se había convertido en una estatua.
-Las pesadillas -mascullé entre dientes, para mis adentros, con voz monótona-, todo el sueño que tenía, el llanto, toda esa hambre. . . Oh-oh. Oh.
La mirada de Edward se había vuelto vidriosa, como si fuera incapaz de verme.
La mano se me apoyó en el vientre de forma casi involuntaria, como si fuera un acto reflejo.
-Oh -exclamé de nuevo.
Me puse de pie tambaleándome, saliendo de entre las manos inmóviles de Edward. No me había quitado los pantaloncitos de seda azul y la camisola que me había puesto para dormir, así que levanté de un tirón la tela y me quedé mirándome fijamente la barriga.
-Imposible -susurré.
Aunque no tenía experiencia con embarazos, bebés o cualquier cosa relativa a ese mundo, no era ninguna idiota. Había visto suficientes películas y programas de televisión para saber que esto no funcionaba así. Sólo me había retrasado cinco días. Si de verdad estaba embarazada, mi cuerpo no podría haber registrado aún ese hecho. No podía tener mareos matutinos y, desde luego, no habrían cambiado mis rutinas de alimentación y de sueño.
Y especialmente no podía tener un pequeño, pero definido, bulto sobresaliendo entre las caderas.
Giré el torso hacia adelante y hacia atrás, examinándolo desde todos los puntos de vista, como si fuera a desaparecer según el modo en que incidía la luz. Recorri aquel pequeño bulto casi imperceptible con los dedos, sorprendida por lo duro que sentía bajo la piel.
-Imposible -repetí, porque con un bulto o sin él, con periodo o sin periodo (y desde luego no había tal, porque jamás me había retrasado ni un solo día en toda mi vida), no había manera de que estuviera embarazada. La única persona con la que había tenido sexo en toda mi vida era un vampiro, para hablar claro.
Un vampiro que aún estaba paralizado en el suelo sin dar signo alguno de volver a moverse jamás.
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